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El hombre que no podía comer tiramisú y los ladrones

Las nubes que robaban colores (suena, cursi, ¿eh?): En La Gomera, desde el mirador de los roques, una nube me envolvía en diminutas gotas de agua haciéndome por un momento perder consciencia de mi propia situación. Sabía que a un paso, por delante de mí, había un abismo de valles oscuros tal cual Parque Jurásico. La nube caminaba a sus anchas, robando los colores verdes de una vegetación descarada y volviéndolo todo difuso. Con este mal de cataratas en mis ojos no podía andar ni adelante ni hacia atrás. Tenía la sensación terrible de haber perdido el norte y el equilibrio. Un paso en falso terminaría con todo. Finalmente me atreví a dar un paso, atrás, hacia donde intuía que había dejado el coche. Con una asombrosa coordinación el viento arrastró a la nube con mi paso y le arrebató los colores que había robado a mi visión y al paisaje. Y pude ver lo increíble que es una montaña y lo pequeño que es un hombre, al que un simple tiramisú, podía deprimir o hacer feliz... ¿Puede un postre de múltiples capas cambiar el destino de un hombre? ¿El queso mascarpone es fundamental en la existencia misma?... Eso, nunca lo sabremos... pero en mi caso, la alquimia había constituido esa masa pastelera para recordarme que el poso de lo que nos ha dolido sigue ahí y se transforma en rencor, en odio, en cariño, ... en todo menos en lo que realmente fue con tal de no dejar que lo olvidemos.

Los ladrones del Metro de Madrid: Erase una vez una serie de trabajadores ecuatorianos que no llegaban a fin de mes. Vivían todos juntos en un piso de cuatro habitaciones. ¡Pero no! No eran cuatro. Eran dieciséis. Dieciséis ecuatorianos habían creado una estructura de microeconomía sumergida para sobrevivir entre paga y paga. En este mundo de dimensiones reducidas donde el concepto de intimidad solo existía entre los dioses y los hombres, pero no entre los hombres mismos, éstos dotaban de sentido el caos aparente de una vivienda insostenible. Este pequeño universo extendía su sombra hasta los dominios del trabajo en las obras del polígono industrial al lado de Virgen del Cortijo. En su mundo de particulares reglas, los billetes de Metro costaban solo un cuarto de lo que a cualquier ciudadano. Porque ellos, dotados de la inteligencia sobrehumana que da la necesidad continua de sobrevivir en un entorno hostil habían observado que el tiempo máximo entre el cierre de puerta y puerta del torno del metro no es proporcional al número de personas que pasan, sino que se vuelve infinito siempre que no se interrumpa el sensor que controla cuando una persona ha terminado de pasar. Así, cogidos de la mano y ligeramente pegados para disimular, con un solo bonometro por cada una de las habitaciones, conseguían pasar, de cuatro en cuatro, los dieciséis. Y buenos gestores de su economía, posiblemente, los veinticuatro viajes diarios que se ahorraban (ida y vuelta) constituyeron un regalo de Navidad para enviar a sus familias en Ecuador, gastos de envío no incluidos.

Robando autoridad a lo divino: Al lado, un seminarista joven de coloretes perversos, caminaba con alzacuellos observando la escena. Son pocos los ministros de Dios que visten con el uniforme divino en estos tiempos. Sin embargo a este niñato enclenque de nariz aguileña los diablos le ofuscaban la calidad de perdonar por no saber relativizar las cosas. Pobres sí, pero honrados, ¡tienen que ser honrados!- pensaba. Pero este pequeño perdonador de almas del ocaso no veía más allá. Esto es intolerante - se revolvía. Mas este simpático cuervo negro jamás se atrevió a pensar que el transporte público solo es "barato" para los viejecitos y los jóvenes, pero no para mucha otra gente que lo necesita. Así que cogió su abono mensual, lo pasó por el lector y un pitido similar al que se oye en los programas concurso al contestar la respuesta incorrecta, le avisó de que era uno de diciembre y que no había renovado su billete mensual. Sin tarjeta de crédito ni dinero suficiente, se acercó a una señora gorda y horonda que pasaba y extendió su dedo para tocar el sensor antes de que cerrase la puerta. Desde ese día fue un poco más humano, pero nunca dejó de ser divino.

No sin mascarpone: En el único lugar de Salamanca en el que sabía que encontraría el insulso queso mascarpone era en Carrefour. Faltaban apenas veinte minutos para que cerrara sus puertas y necesitaba al menos diez para llegar hasta el centro comercial. Después de la terrible bronca que tuvo con su novio, aquel tiramisú que pasaría parte de la mañana haciendo ya no sabría dulce, sino más bien a vinagre molido con granos de café. Todo por un abrazo exigido a destiempo y por una inapropiada percepción de los mimos y una mala gestión de la inteligencia emocional. Pero había llegado el momento de pasar página, o al menos esta página. Unos años después, en la cena de nochebuena, le diagnosticaron intolerancia al tiramisú. Este hito médico sin igual de que una persona fuera alérgica a un postre sin serlo a ninguno de sus componentes, revolucionó los cimientos educativos y profesionales de médicos y amantes. Así, colocando en una probeta cada uno de los eventos vividos descubrió que en rosa se coloreaban los buenos y en azul los malos. Y había más ensaladas con piña, palitos de cangrejo, nueces y mahonesa que tiramisúes agrios. Y pasó página aprendiendo de lo bueno y, dejando reposar, en el fondo, el posillo de lo malo... Y así, la supremacía del rosa sobre al azul permitió escribir la conocida teoría del tiramisú:

Teoría del tiramisú: Todos somos capaces de saber que una sola acción echa con buena intención genera un vínculo indisoluble entre el emisor de la misma y el receptor. En el momento que podemos percibir estos vínculos inculcamos sentido a las relaciones y, nuestra valoración del vínculo, en la escala relativa de cada uno, nos lleva a determinar si el emisor es un anónimo, un conocido, un amigo o un amante. Calculando la pendiente de la recta tangente a la representación gráfica de estos vínculos, obtenemos una flecha que señala un proyecto común creciente o que se mantiene paralela al eje de abscisas. Si la bisectriz del ángulo formado por las tangentes a los vínculos entre el emisor y el receptor y a los vínculos entre el receptor y el emisor es ascendente, entonces es que esas dos personas tienen un proyecto común. Por contraposición, todo lo anterior puede ser falso. Entonces, nunca sabrás si te siguen queriendo cuando piensas que te quieren y nunca sabrás si te han olvidado cuando piensas que lo han hecho. Este estado de incertidumbre genera un cúmulo de información excesivo que genera bloqueo y que no permite superar los duelos por la pérdida de un ser querido. Bueno, sí que lo permite: cubriendo ese exceso de información con queso mascarpone...

Shuarma - J'Habitè a L'Edén

Hiperenlaces, divagaciones y demagogia

Las mil y una noches: Desde los cuentos de Sinuhé, El Egipcio y los amores y desamores de Las mil y una noches por Bagdag la fantasía de las personitas de este planeta se ha visto menguada poco a poco, poco a poco... Si has visto La Historia Interminable, o mejor aún, si la has leído, sabrás lo importante que es la Fantasía... Pero en España no tenemos ese problema. La Fantasía está a cargo de los impuestos que pagamos con todita nuestra ilusión. Así, Sinuhé deja de ser un médico egipcio para convertirse en una lujosa clínica, Ruber, que atiende a SS.MM. los Reyes de España. No tenemos nada que envidiar a los Reyes de Oriente... De España, de Oriente... al fin y al cabo son unas cuantas letras lo que cambian.

Que sí, que Don Juan Carlos fue una figura importantísima para la transición (dichosa transición, cuidado que está siendo larga). Que sí, que es un estupendo embajador internacional. Que sí, que Letizia es la elegancia hecha persona y una buenísima ídem. ¿Algún argumento más que justifique porque en la ya citada clínica la mercromina es de diferente color, a juego con la sangre? Tenemos una Seguridad Social de la que nuestros políticos -¿son nuestros, no?-
presumen estupendamente, pero no nuestros reyes (y ni mucho menos, los ciudadanos)... Si nuestros políticos -y dale, que son nuestros- defienden la S.S. y defienden la monarquía, ¿por qué no nacen los niños mil-apellidados en los hospitales públicos? Antes de que me lo diga alguien, hoy me apetecía ser demagogo. Pero aún así, demagogias a parte, ¿es que ya nadie tiene sentido común?

Casualidades de la vida también a parte, en los escenarios de Aladdín ahora se libran guerras, mientras que en los escenarios de esta piel de toro podemos ver Operación Triunfo...

Y cuidado con lo que decimos. Que las manifestaciones en contra de la inmigración son legales por si se arman disturbios al prohibirlas, pero las viñetas de El Jueves son injuriosas. Y a callar, que lo dice la justicia... Y cuidado con quién lo dice. Que si lo dice Isabel San Sebastián o TeleMadrid, que muera un chico de 16 años es menos malo porque resulta que pertenecía a una organización que una vez invitó a un portavoz de Batasuna a una conferencia. Y eso que dicen que el plumero sólo se nos ve a los gays... (y a algún que otro bi, que sino José Cristobal se me mosquea).

Bufff, vaya saturación política. Y si alguien lee este blog, me puedo llevar un desacatado ¿por qué no te callas?. Y cuidado con quién lo lea. Por que si lo lee Chavez, lo mismo se pone contento y nos recuerda a todos los españoles lo malos que somos porque invadimos América. Pagaremos con nuestra sangre los errores de nuestros antepasados. Pero cuidado, que a Chavez tampoco le queda mucha sangre de indios, ni mucha lengua... Bueno, sangre le queda: la derramada. Pero es que si lo lee Mohamed VI... bufff, esto se complica muchísimo más.

Y pobre de mí. Creo que me voy a teñir el pelo de rubio, y las cejas y depilarme la barba con láser para dejar de parecer tan mediterráneo, tan latino, tan árabe, tan judío o tan gitano según de donde se mire... Claro, que lo mismo con los cambios me confunden con un rumano y si España aprueba medidas parecidas a las de Italia, me pegan una patada en el culo y me sacan por la frontera... Pero es que me da miedo montar en el metro así, con esta cara tan de todas partes... Bueno, siempre me puedo poner un Lacoste. Hoy en día protege más que un crucifijo.

Y mañana volveré a mi trabajo con mi Lacoste y mi Jet privado. Porque ¿no os he contado que la Administración Pública -ahora Gobierno de España- me ha puesto un Jet? Sí, es que, según mi compañero de trabajo -una persona muy razonable- los gays somos un lobby. Habla de "los gays" como si fuesen otras personas muy lejanas, de otro planeta, sin darse cuenta de que en su misma mesa tiene sentado a uno (o a dos...). Así que con mis terribles mecanismos de presión y mi gran fortuna controlo a la Ministra de Fomento -bueno, y con otros encantos- que no ha tenido más remedio que dejarme a mí parte de la inversión del AVE de Barcelona para comprarme mi avioncito.

Y... ¡mierda!, hoy he llegado tarde al trabajo por culpa de que no tengo aparcamiento para el Jet. Tendré que volver a usar el metro... ¡cómo están las infrestructuras!

P.D.-> Este ¿artículo? no está escrito bajo las influencias de ningún psicotrópico, ni del Fairy Antibacterias, ni de las bombillas de bajo consumo. Los hiperenlaces aquí recogidos son de lo más variopinto y ni mucho menos me los he empollado en profundidad. Los pongo por curiosos y por que ofrecen una visión de la realidad -lamentable en algunos casos- según quién la mire. Este artículo no tiene dedicatorias en sí mismo salvo a quién se quiera sentir identificado con alguna de las frases -que serán muchos-. En ningún momento se ha pretendido ofender a la Monarquía (joder, 3000 euros, son muchos euros de multa, pero: ¡España, mañana, será republicana!).

Unicornio - Silvio Rodríguez

Mi unicornio azul ayer se me perdió
Pastando lo deje y desapareció
Cualquier información bien la voy a pagar
Las flores que dejó no me han querido hablar

Mi unicornio azul ayer se me perdió
No sé si se me fue, no sé si se extravió
Y yo no tengo más que un unicornio azul
Si alguien sabe de él le ruego información
Cien mil o un millón yo pagaré
Mi unicornio azul se me ha perdido ayer, se fue...

Mi unicornio y yo hicimos amistad
Un poco con amor, un poco con verdad
Con su cuerno de añil pescaba una canción
Saberla compartir era su vocación

Mi unicornio azul ayer se me perdió
Y puede parecer acaso una obsesión
Pero no tengo más que un unicornio azul
Y aunque tuviera dos, yo sólo quiero áquel
Cualquier información la pagaré
Mi unicornio azul se me ha perdido ayer, se fue...

Lecciones de anatomía imaginaria e innecesaria

Tobillos: lo que más le gustaba imaginar de Javier eran sus tobillos. Como un médico que escudriña una radiografía en busca de una fractura, configuraba en su cabeza la magistral imagen de esa curiosa parte entre la pantorrilla y el pie, oculta por sus pantalones. Recreaba en sus adentros el agua de la ducha cayendo por sus piernas, estirando hasta el infinito el vello que recubría su piel y que ahora empezaba a trazar, casi como si fuese un dibujo de tinta china, pequeñas serpientes que luchaban por tocar el suelo.


Las partes prohibidas: siglos atrás muchas religiones habían prohibido a sus mujeres enseñar los tobillos en público. De hecho, alguna religión interpretada por algún mal gobierno, lo sigue prohibiendo en este momento. Su leve paso por el mundo islámico le había enseñado a leer en los ojos de la gente. Era una técnica muy extendida, cuando ya no puedes ver las líneas de la mano, la comisura de los labios o los, para nada fetichistas, tobillos de Javier.


Su abuela decía, cada vez que le cogía por las muñecas, que era un tirillas. Ahora él, mirando los brazos delgados y largos de Javier, pensaba si su abuela los definiría con esa curiosa palabra. Cada vez que tenía oportunidad subía despacio, pero seguro, la vista por sus brazos, llegando a sus hombros. La camiseta no fue un impedimento para que viera su espalda y casi llegara a rozarla con las pupilas. Contó sus lunares. Lo más grandes, los más pequeños, los más prohibidos... Descubrió que no es que hubiera tantos como estrellas en el cielo, sino que se hubiera pasado la vida entera contándolos con tal de volver a sentir los tobillos de Javier cerca.


Ojos: los ojos de Javier eran pequeños y escandalosamente curiosos. No por ser visibles y no imaginarios entrañaban menos misterio que el resto. Javier no miraba, Javier aprendía. Cada vez que desplazaba sus ojos por una superficie escaneaba con una potencia asombrosa cada uno de los matices, destellos y sombras y, la imprimía como un cortometraje en algún lugar en el interior de su cabeza. Después cortaba y pegaba las escenas que solo él poseía creando mundos imaginarios. Transformaba la paleta con la que pintaba en su registro infinito de datos, en notas que definían una continua banda sonora en su vida. Era capaz de ponerle sonido a todo lo que le rodeaba: el sudor salado de un joven saharaui que corría por El Retiro, el color de las sombras de la gente sentada en las terrazas, ... Así a cada paso se iniciaba un canon de instrumentos babilónicos que crecía más y más conforme avanzaba.


Fin: Ayer volví a ver a Javier y ya no sabía si estaba desnudo o vestido. De estar vestido, su olor apacible hubiera impregnado su ropa y ésta ya sería parte de él. De estar desnudo, estaría aún contando los lunares de su espalda y nunca repararía en que había vida más allá de sus tobillos, de sus brazos, de sus ojos, de su mente, de su espalda...


A Javier... con dos dedos, acertando las letras que quiero dar.

Instrucciones para salvar el odio eterno - Ismael Serrano

Si ella se va no la perdones.
Si te deja cultiva bien tu odio.
Nunca seas generoso en olvido, si ella se va.
Si te deja no digas adiós
o "Qué vamos a hacerle", no pidas perdón.
No repases vuestras fotos
y, mirándole a los ojos,
regálale eterno tu odio.

Si ella se va no trates nunca de entenderla.
Maldice sus pasos.
Nunca creas sus despedidas, sus promesas, su explicación.
Y provoca llanto y dolor,
que queme su conciencia como el sol,
que el adiós le corte como una cuchilla.
No te confundas: ella es la asesina.

Porque cuando ella se va
alguien la esperará en la esquina.
En otros brazos reirá con otras mentiras,
dirá "Te amo, cuanto tiempo te he estado esperando".
Y te olvidará, todo habrá muerto,
y aquel otoño nunca habrá sido vuestro.
Para qué mentir, que ella se lleve,
aunque dure poco, tu odio para siempre.

Ismael Serrano - La memoria de los peces

La monarquía, la república y la anarquía

En Madrid hacía un calor insoportable. Desde las tres de la tarde el sol no dejaba de pegar en su piso y aquello parecía una sauna turca. Se sentó. Respiró y volvió a mirar a la maleta encima de la cama. La pereza por las seis horas de autobús del viaje y las ganas de cambio eran dos ideas contradictorias que se mordían y tiraban de los pelos en su cabeza. Era tan solo un viaje de fin de semana a la anarquía.

Se comió una ensalada, como acostumbraba en verano. Cualquier comida un poco más fuerte le hacía sentirse inflado y lento. La sangre se le espesaba con tanto calor, incluso en camino de su trabajo a casa. Eran once paradas de Metro y había empezado a comprender por que la gente lee en esa madriguera de topos. Estaba incluso seguro de que Madrid podría ser la ciudad de España en la que más se lee.

Se comió una ensalada, como acostumbraba en verano. Cualquier comida un poco más fuerte le hubiera hecho sentirse pesado en el autobús y se marearía. Seis horas de camino. ¿Qué haría? Seguramente pensar... No, pensar no. Pensar sin control es altamente dañino. ¡Dormir!, dormiría todo el viaje. Al fin y al cabo estaba cansado y saldría por la noche de fiesta. Sí... dormir le vendría bien. Salió de casa con antelación. No quería llegar tarde como de costumbre. Cuando estaba llegando a la boca de Metro más cercana reparó que se había olvidado el iPod. Seis horas de viaje vale... ¡pero seis horas sin música...! Decidió volver a casa a recogerlo. Levantó la maleta porque estaba empezando a sentirse mareado por el calor y el tracatá de las ruedas en los cuadraditos de la acera. ¿Cuántas veces no habría jugado de pequeño a pisar una baldosa sí y otra no mientras iba solo del colegio a casa?. Llegó de nuevo a casa. Cogió el iPod. Se dio cuenta de que se había dejado la basura sin sacar y pensó... es un fin de semana, total... Miró el reloj de nuevo. El autobús salía en 30 minutos. Tenía que darse prisa, así que cogió un taxi. Se había propuesto gastar lo mínimo posible en aquel viaje; al fin y al cabo, hacía un mes que había dejado de ser mileurista y, aún, no le había dado tiempo a ahorrar para las vacaciones. Y, el primer gasto: el taxi.

Llegó a la estación y aún tenía 15 minutos. Intento recordar al taxista que le había llevado allí, pero no había forma. Tenía una laguna de 15 minutos de su tiempo que posiblemente desperdició en pensar más de la cuenta. Se prometió a sí mismo que no le volvería a pasar.

Subió al autobús. Miraba a los chicos que entraban. Con suerte compartiría el viaje con alguno de su edad y, si estaba bueno, mejor que mejor. Un chico ni feo ni guapo, afroamericano y vestido de rojo, verde y amarillo (tal cual bandera centroafricana) se sentó a su lado y cayó en un profundo sueño. En las seis horas de viaje, no cambiaría su postura. Miró la tele del autobús. Demasiado lejos para ver la peli. Entonces apreció que su salida de cascos estaba rota. No había peli. Le quedaba un libro (Cien años de soledad) y un giga de música. Todo eso para combatir a su cabeza.

Su cabeza empezó: Lo tienes todo en la vida... TO-DO. Dinero, un piso más o menos mono y una nevera llena. Buenos amigos y gente que te quiere. Trabajo. Una familia adorable. Y no eres fel... y no eres feli... y no ... No dejó terminar a su cabeza. Se endosó los cascos y cogió el libro: Melquiades, el gitano, había muerto; sonaba en el MP3 una canción de Fito y los Fitipaldis. Se quedó dormido.

Una hora, dos horas, tres horas; despertó. Se comió un sandwich en aquella antesala del infierno, que llamaban parada técnica, por cinco euros y que le sirvió una dominicana con un cuerpo impresionante y cara de pocos amigos. Le recordaba a la cara de las salmantinas estiradas. Como bromeaba con algunos amigos, este especimen de salmantinas van por la calle con cara de olor a mierda. Bebió una botella de agua y volvió a la guagua... perdón, quise decir al autobús. Se había comido el sandwich al sol. El autobús tenía el aire acondicionado, al menos, en modo glaciar y se había quedado frío.

Durmió. 4 horas, 5 horas, 6 horas. Se despertó de nuevo y no recordaba que había soñado. Se prometió a sí mismo que intentaría recordar todo lo que soñaba antes de volver. Al fin y al cabo mucha gente vive de los sueños. Estaban entrando en la ciudad. Olía a mar y la anarquía le esperaba impaciente. La anarquía siempre llegó tarde a todos los regímenes, así que tendría que comprender que esta vez fuese él el que llegase tarde. Además, no era culpa suya. Las seis horas se habían convertido en seis horas y media.

Dos sombras aleteaban junto a la anarquía. Una le resultó familiar, incluso muy familiar. Y la otra, desde luego, le resulto de todo menos sombría. Dos besos, bienvenido, ¿qué tal el viaje?. Una de las sombras extendió su mano. No supo muy bien si darle una palmada o una moneda, así que simplemente se quedó mirando. Era la sombra familiar. La que parecía conocer de toda la vida. Miró las líneas de su mano y las marcas de su cara. Todo tenía una armonía creada para aquel momento. El tamaño justo de sus partes le proporcionaba una perfección perfectamente perfecta. Le pitaban los oídos del cambio de presión. Las sombras, la anarquía y él decidieron cenar en el único sitio en el que se puede cenar en una ciudad así a las doce de la noche. Si su mejor amiga hubiera estado, estaría dando botes de contenta: le encantaba aquel restaurante. Sentía paz. Se sentía seguro en al anarquía. Sentía paz. No necesitaba pensar. No necesitaba cuidar a nadie. Le querían y le cuidaban . Desapareció el sentimiento de soledad y, finalmente, sonrió.

Sabía que podía parar aquella sensación de bienestar cuando quisiera así que decidió no pararla. Aquella noche habían pasado algunas cosas más: El hervidero de carne en un pueblo costero se había convertido en una forma muy lucrativa de incrementar el turismo; el negocio lucrativo del sexo; el sexo gratuito y fortuito; ángeles con maquillaje hasta en el corazón y tacones tal cuál canción de Mónica Naranjo; cabezas rapadas con cresta; cabezas rapadas sin cresta...

Llegaron a casa con la intención de dormir. Las sombras se habían ido perfilando desde una levedad de nube gris hasta la definición cristalina de cuerpos opacos. En aquel momento surgió la música... Había visto una película, Sobreviviré, no muy aclamada por nadie y de muy pocos favorita. En ella Emma Suárez repite el desayuno de la protagonista de "Desayuno con diamantes" en frente del escaparate de Tiffany's. Cuida hasta el más mínimo detalle para que la escena sea idéntica, pero al terminar de desayunar se da cuenta de que nada ha sido igual: faltaba la música.

Pero en aquella noche, surgió la música. Era un jazz interpretado con guitarra clásica española, inconscientemente elegido para la ocasión y que encajaba sospechosamente en el ambiente que se creaba. Intentaron dormir en la espaciosa habitación que daría a la casa unas proporciones de campo de fútbol de no ser por qué era la única. Pero la música seguía sonando. De pronto se dio cuenta de que una mano acariciaba lentamente su mano. A intervalos aleatorios le acariciaba la pierna y se deleitaba pellizcándole el vello de sus extremidades. Sintió ternura en cada uno de los pellizcos y empezó a desear que se volvieran violentos. Pero la cosa no cambiaba y extendía aquella sensación de bienestar más allá de sus conocimientos del cuerpo humano. Poco a poco se dio cuenta de que tenía una erección, de que la sombra sonreía abrazada a su espalda sin ninguna malicia y de que la Iglesia envidiaría la sagrada comunión entre dos cuerpos que se iba a desatar en aquel colchón. Sintió el sexo de aquel ser apretarle fuertemente sobre la espalda y sintió como le transmitía la temperatura exacta a su cuerpo, que empezaba a sudar. Entonces reconoció de nuevo la primera composición para guitarra que había escuchado hace tiempo. Aquel disco pirata marcaba los tiempos. Era su único reloj y cada vuelta le llevaba un poco más cerca del amanecer que no quería llegase. Con la vuelta a la primera composición cambió su posición. Lamió y relamió cada espacio de la sombra. Reconoció cada pliegue, cada lunar e intento contarlos. Se perdió y decidió empezar de nuevo, sin soltar el sexo de la sombra. Hubiera pasado toda la noche contando lunares que se confundían con la oscuridad. Tumbó a la sombra boca arriba y apreció como sobre sus pezones se dibujaban cada una de las rendijas que la luz de las farolas creaba al atravesar las persianas. Deseó que no acabara nunca. Se tumbó boca arriba y la sombra se sentó sobre él. Estaba fascinado por la marca triangular que el sol había dibujado desde sus ingles a unos pocos centímetros por debajo de su ombligo. La sombra se inclinaba hacia delante y hacia atrás. Le descubrió una fricción desconocida que le hizo estremecerse de placer. Pasó una noche caminando por las entrañas de la sombra, sintiéndola más y más cerca. La acariciaba mientras no muy lejos la anarquía jadeaba. Sintió que las manos se multiplicaban. Sintió mucho calor. Sintió mucho placer y traspasó las fronteras de sí mismo. Nunca pudo imaginar lo que pasó después. De repente una pregunta que no venía al cuento, que no encajaba en ningún guión: ¿sabes cuál es la diferencia entre la monarquía y la república?

¿La sabes? ¿Que os enseñan en la ESO? No supo nunca como preguntó esa tontería. La monarquía, era pues, el pasado. Lo que quedó tras 6 horas y atrás, en Madrid. La institución que mima a cambio de no intervenir. La república era el orden impuesto por consenso de todo su entorno y la anarquía había dejado de jadear y se había quedado muda en una seca pataleta, aunque eso no lo supo hasta el día siguiente. Una sombra dejó de existir. La más familiar se convirtió en el régimen de la república; el anhelo de ser libre le hacía querer más y más a la anarquía. Por otro lado esa agradable sensación de ser dictatorialmente dominado y debidamente representado y acompañado le partía la forma de sentir y le hacía echar de menos a la monarquía. De pequeño le decían: la democracia es el menos malo de todos los sistemas. Así que pesó y sopesó en una balanza de tres platos, anarquía, monarquía y república.

De pronto se vio arrastrando una maleta con su tracatá en una acera pisando las líneas impares de los cuadraditos dibujados en el suelo. En Madrid seguiría haciendo calor, tal y como lo dejó. Nada había sido un sueño. Era real y lo sabía, en parte, por el sentimiento de culpa, traición y bienestar que tenía. No era capaz de vislumbrar el mejor régimen político para gobernar su país, así que pensó en lo más valioso que había aprendido desde que las guaguas se convirtieron en autobuses: Era lo que era y lo era en ese momento. Desde entonces su mente pensó un poquito menos y vivió un poquito más...

Universo - Shuarma: El tiempo se puede parar

Perspectivas, contradicciones y contraindicaciones

Siete meses y medio después de dejar la capital del reino alaoui me he despertado otra vez en ella. La luz que entraba por la ventana traía enredada en sus partículas aromas de las especies de la medina y un ligero toque de incienso. Y de nuevo, como en aquel ¡ay, Marruecos...! la luz... Esa luz tan intensa, característica e insolente que embriaga las calles laberínticas de esta ciudad sin fin. Esa luz que o te ciega o te proporciona un brillo caprichoso en los ojos. Y de nuevo, como en aquel ¡ay, Marruecos! los ojos... Esos ojos brillantes tanto cuando están tristes como cuando están alegres, desde la aceituna hasta la caoba, desde el azul glaciar, hasta el carbón. Como anillo al dedo este texto enlaza con mis pensamientos al recordar tus ojos. Esos ojos que apenas he visto y martillean mis recuerdos ... Y de nuevo Marruecos, y de nuevo tus ojos, y de nuevo tu luz... Marruecos.

Eco: Eco es una palabra que me gusta demasiado. De un tiempo a esta parte he aprendido a utilizar el pasado solo como herramienta para construir el futuro. Y si por un lado podría ver el futuro como una fase construida y predeterminada, por otro lado me niego durante todo el presente a vivir más lejos de lo que ahora tengo. Es difícil mirar más acá sin mirar más allá: Los bancos con sus planes de pensiones y nuestro querido modelo con su "hipótecate de por vida"... Pero también es difícil mirar más allá sin mirar más acá: Alguien me enseña cada día, aunque sea por teléfono, el repelús que le produce la palabra amor; quizá por denostada, quizá por raída o quizá por lo dolido que está de alguna bofetada mal plantada en su cara algún día -o eso dicen sus amigos-. Mientras tanto el tiempo pasa rápido y aunque la gente se empeñe en enseñarme, aprendo sólo lo que quiero. ¿Será que me estoy haciendo mayor? o ¿será que maduré?... o ¿las dos cosas?. ¿O será que quién nos enseña lo hace desde su prudencia personal y no desde su corazón? ¿O será que no tenemos corazón?. Habrá que hacer una síntesis, ya que como dice Silvio Rodríguez en la Fábula de los tres hermanos: ojo que no mira más acá, tampoco fue; ojo que no mira más allá, no ayuda el pie; y ojo puesto en todo ya ni sabe lo que ve.

Cupido: No quería pasar este capítulo sin hablar de Cupido. Un día me desperté temblando, soñando con alguien y en ese mismo momento tuve la certeza de que ese alguien no soñaba conmigo. Como un espíritu santo iluminador de mi religión particular, lo vi claramente: Cupido es un facha cabrón -y LGTBfobo- al que solo se puede hablar en francés, porque es el único idioma que entiende. Pero habla en francés como podía haberlo hecho en español. El francés y el español son los idiomas de las colonias y de la literatura universal, ortodoxa y singular que, junto con el inglés, confabulan para terminar con la diversidad lingüística de este planeta. Con más o menos base en el latín, estos tres idiomas nos regalaron a Cupido, lo que excluye a los no franco/hispano/anglo(y alguno más)-parlantes de la capacidad de amar asaetados. Pero mírenlo por el lado bueno: en el Magreb no tenían Cupido y si dos chicos se besaban en la calle (no hablaré de las chicas) estarían automáticamente en la cárcel (o muertos, en el peor de los casos). Son precisamente las influencias "cupidistas" de la cultura, mal llamada occidental,las que atenúan este tipo de comportamientos bárbaros (y sí, me atrevo a juzgarlos como bárbaros). Es una lucha entre la religión y la razón, utilizando como armas la razón y la religión, respectivamente. Es una lucha en la que todos deberíamos aprender y enseñar lo buena y enriquecedora que es, en general, la diversidad.

El amor: Martirio dice: por eso muchacho no partas ahora soñando el regreso... que el amor es simple y a las cosas simples se las lleva el viento. Yo digo que el amor es un contrato complejo y estudiado (o que debería serlo) y, a los contratos con buenas claúsulas, no se los lleva el viento o se rompen de mutuo acuerdo. No estoy hablando ni de matrimonio ni de formalizaciones notariales. Estoy dándole la razón a Martirio, añadiendo algún comentario. Citando ahora a Jorge Drexler: nada es más simple, no hay otra norma, nada se pierde y todo se transforma (que a su vez citaba a Lavoisier), nada es eterno y a la vez todo lo es. Y de aquí a Ismael Serrano: el amor es eterno mientras dura.

El sabor del chicle de fresa: Observad, por un momento, la cantidad de cosas que saben en esta vida a fresa. Ahora vete a tu nevera y cómete un yogur de fresa, de esos de toda la vida con un rosa fosforito que hace daño a los ojos. ¡Es mentira! Los helados de fresa, el yogur de fresa, el flash de fresa, los regalices rojos de fresa, las fresas de gominola, los caramelos de fresa NO saben a fresa. Saben a chicle de fresa. Y quién diga lo contrario, no ha probado una fresa en su vida. Exijo la dimisión del responsable de esta gran mentira universal. Antes de que alguien piense que me he vuelto loco os diré de dónde surgió esta reflexión, para que veais, que efectivamente, me he vuelto loco: Estaba un día sentado con Teresa en una cafetería cerca de Alonso Martínez. En la mesa de al lado estaba Mariela. Mariela probablemente no se llamaba así, porque nunca oí su nombre, pero la tengo que llamar de alguna forma para poder describirla. Tenía acento argentino y los brazos largos. ¡Que digo largos, larguísimos!. Llevaba gafas de pasta rojas -de estas que convierten a una en una alternativita moderna- y un jersey negro con rayas verdes que parecía perseguir su piel desde su cuello a las muñecas. Sin duda era una chica creativa y su jersey la delataba, prolongando no solo sus brazos, si no su talento... Llevaba una falda vaquera con un montón de parches tal cual maleta viajera y unas botas de piel vuelta. Pero lo más llamativo de tan colorida presencia fue su bebida: rosa, rosa como... el chicle de fresa. Teresa me dijo: Pequeño George, te estoy hablando y no me haces caso. Volví en mi mismo y seguí escuchando... pero apunté en mi móvil: el sabor del chicle de fresa...

Con perspectiva, lo que tenga que ser que sea y lo que no, por algo será. Contradiciéndome, haz lo que quieras hacer ahora, pero piensa en los demás y, contraindicándote, una relación entre dos personas se rige por ellas mismas y son éstas las que la definen.

Siete meses y medio después de dejar la capital del reino alaoui me he despertado otra vez en ella. La luz que entraba por la ventana traía enredada en sus partículas aromas de las especies de la medina y un ligero toque de incienso. Y de nuevo, como en aquel ¡ay, Marruecos...! la luz... Y de nuevo, como en aquel ¡ay, Marruecos! los ojos...Y de nuevo Marruecos, y de nuevo tus ojos, y de nuevo tu luz... Marruecos.

A Pepe por su irreverente aparición, a J. Cristobal por que me apetece y a Imanol por su increíble cariño.

Desengaños

La esperanza se pierde... A Teresa nunca le había gustado deber un beso, cuanto más, una llamada. Teresa esperaba, como poco, lo mismo de los demás. Por eso esperó toda la tarde pegada al móvil. Ni un solo mensaje. Ni una sola llamada.

¿Por qué callé aquel día...? Cristóbal pensó siempre que el amor era el producto de un mal marketing. Esgrimía teorías y argumentos para justificar todo lo que sentía en cada momento. Le hacía fuerte, conocedor de su entorno y de sus amigos, el creer poder encajarlos en el exacto puzzle de su raciocinio. Esa tarde el ocaso le sorprendió. Con el Messenger en estado invisible se enamoraba de las canciones que Manu ponía en el "Now listening". Nunca le pudo decir nada.


¿Por qué no lloré yo...? Manu era presa del orgullo de quién se cree seguro de sus pasos. Lo que le hizo a Cristóbal le ardía dentro cada vez que se despertaba, solo, en aquel país sin sentido. No aguantaba más pero... pero Manu no sabía llorar.


A veces... Carlos cogió el teléfono desconcertado por aquel número oculto. Al otro lado una voz le dijo -A veces solo te llamo para comprobar si me sigues doliendo-.


No hay más miedo... Víctor encontró un trabajo en Berlín huyendo de sí mismo, o eso pensaba él. Sólo quería poder olvidar aquel nefasto y mentido -Seguiré aquí cuando despiertes-.


Ya no sientes na'... Laura no sabía hacer sufrir a nadie. Siguió con Víctor, eternamente, por no verle sufrir. Al final odió Barcelona por ver en lo que le había convertido. El eternamente fue eterno mientras duró.


Recuerde el alma dormida... Al subirse en la silla para buscar sus pesas Fernando golpeó una caja. Las fotos de Teresa, como la antitostada determinista de Murphy, cayeron boca arriba, mirándole a los ojos. Había pasado un año desde que Teresa se fue y aún no había aprendido a olvidarla.


Teresa apagó su móvil. Fernando miro sus fotos y suspiró.
Laura se fue a Venezuela y Víctor lloró en Alemania.
Carlos se sentó en su sillón para aprender a convivir con el odio a si mismo.
Manu se creyó feliz por siempre. Creía que lo tenía todo.
Cristóbal esperó de nuevo que el destino le llevara cerca de Manu.
Teresa me invitó a comer para que escribiera esta historia.


A veces hace falta sacar lo que llevas dentro para poder meter otras cosas…

Parque Nacional de Garajonay, La Gomera

La casualidad de la causa y efecto (primera parte)

David me ha preguntado alguna vez que de dónde salen las cosas que escribo e Inma dice que abrí una verja que le revuelve el epicentro de sus ideas. El secreto -que no es tal secreto- de todo está en pensar que la cosa más absurda que se te pasa por la cabeza no es absurda y dedicarle un minuto de atención a todos los detalles que la rodean... De un absurdo (o no) surgieron las dos siguientes historias que comienzan, precisamente, por ese absurdo.

"Si dejo elegir a mis pies, me llevan camino del mar..." (Jorge Drexler)

Absurdo, quizá, por intentar ver unas gotas del mar que le trajo hasta España en el brillo de sus pequeños ojos, decidí quedar con Guillermo para apurar una apresurada cena en un VIPS. Por un momento y mientras espero en la Glorieta de Quevedo mi mente se pierde en mi Montevideo imaginario. Son las once y cuarto de la noche y un potente foco centellea sobre la estatua del retratado por Góngora. Como chico de ciencias (me da miedo decir hombre) que soy, la óptica tiene uno de sus caprichos y el foco se refleja sobre el agua de la fuente. Los rayos van a parar a la azotea de un edificio justo enfrente de mi y se cuelan dibujando ondas en el techo de una habitación...

Me imagino tumbado en la cama, boca arriba, con Guillermo en esa habitación que ahora se me antoja suya. Hablamos de cosas sin importancia para escapar del estrés tan solo mirando los reflejos de la fuente sobre el techo de la habitación blanca.

De repente una ambulancia interrumpe mi mirada absorta y mi imaginación y, me hace mirar violentamente hacia atrás. En la esquina con Fuencarral veo unos pantalones que apenas llegan a cubrir las piernas heladas de un habitante de Madrid que duerme en la acera probablemente soñando que sueña mundos mejores. Una idea terrible me asalta. Se me pasa por la cabeza que quizá el cuerpo detrás de esa ropa y la cabeza detrás de esas barbas plateadas estén muertos ya hace mucho tiempo y que posiblemente nadie se haya dado cuenta aún.

De mi sueño de una habitación cubierta de reflejos de un manantial artificial al sueño de un transeunte cubierto con nada. Es tan injusto -¡qué fácil es decir lo que es injusto!- que se para el tiempo para que me sienta culpable.

Guillermo aparece puntual a nuestra cita con una sonrisa cómplice pero tímida, tal cual ángel para un momento. Otro habitante de esta ciudad en la que hay más gusanos que manzana, estaba contemplando mi contemplación. Alentado, quizá, por un ángel del Uruguay que camina entre las sombras de almas que se imprimieron durante la tarde en las aceras, coloca un manta sobre los sueños posibles de un transeunte. Antojadizo como soy, ese hombre deja de soñar con sueños y sueña con el calor de una vida mejor bajo una manta en una esquina de Madrid...

La legitimidad de este ristre de palabras corresponde a la causa y efecto. El destino no existe aunque pensar que sí es lo que le dota de una enigmática belleza.

A Guillermo para ver si consigo que pierda, aunque sea por un minuto, su estrés.

Peregrino - Luis Cernuda

¿Volver? Vuelva el que tenga,

Tras largos años, tras un largo viaje,
Cansancio del camino y la codicia
De su tierra, su casa, sus amigos,
Del amor que al regreso fiel le espere.

Mas, ¿tú? ¿Volver? Regresar no piensas,
Sino seguir libre adelante,
Disponible por siempre, mozo o viejo,
Sin hijo que te busque, como a Ulises,
Sin Ítaca que aguarde y sin Penélope.

Sigue, sigue adelante y no regreses,
Fiel hasta el fin del camino y tu vida,
No eches de menos un destino más fácil,
Tus pies sobre la tierra antes no hollada,
Tus ojos frente a lo antes nunca visto.

Luis Cernuda

Mis lentejas me las hago yo - Obertura y propósitos

Empiezo a escribir en un año nuevo que termina en 7 con un anuncio de fondo de un recopilatorio de Sabina en la tele. Si Sabina recopila, en el 6 hemos perdido algo y Sergio Javier se hace sus propias lentejas, ¡qué menos que volver a escribir para seguir adelante! Y empezamos con metas altas y frases largas. Metas altas porque Marruecos las puso y frases largas porque alguien me dijo que son las que peor se entienden. Así, por lo menos, si lees esto te tendrás que esforzar algo más que lo que te esforzaste con las canciones y algo menos de lo que lo hacías con Ay Marruecos...

200...7 - Para este año me he propuesto observar lo pequeñito. Ver pasar los días sin fijarte en la infinidad de cosas que ocurren a tu alrededor es no saber aprovechar la posibilidad que te brinda cada segundo y sus fracciones de darte cuenta de que "sólo somos polvo de estrellas". Tal cual guión de Amelie
"El 3 de septiembre de 1973 a las 18 horas 20 minutos y 32 segundos un moscón de la familia Calliphora, capaz de batir las alas 14.67o veces por minuto, se posaba en a calle Sant Vincent de Montmartre. En el mismo instante, en un restaurante cerca del Moulin de la Galette, el viento se colaba como por arte de magia por un mantel, haciendo bailar las copas sin que nadie lo viera. Al mismo tiempo, en la avenida Trudaine, 28, 5º piso del distrito número 9 de París, Eugène Colère, al regreso del entierro de su amigo Emile Maginot, borraba su nombre de la agenda. Siempre en ese mismo instante un espermatozoide provisto de un cromosoma X perteneciente a Raphael Poulain se desmarcaba del pelotón para engendrar a un óvulo perteneciente a la señora Poulain, de soltera Amandine Fouet. Nueve meses después nacía Amélie Poulain."
mientras espero el metro que me lleva a trabajar veo que los vuelos a Casablanca han bajado a 28'99 euros. En ese mismo instante un niño pequeño, de unos cinco años, con una bufanda naranja le pregunta a su madre por qué salen chispas de los cables mientras pasa el tren y la madre contesta sin mirarle a los ojos que el diferencial eléctrico entre los dos puntos del circuito de alta tensión que mueve los trenes produce una diferencia de potencial entre el eje del tren y el cable que hace que en el momento que se despegan lo más mínimamente salte una chispa. El niño asiente con la cabeza y dice -¿Cómo las estrellas, mamá? y la madre, todavía sin mirarle contesta -Sí, hijo, como las estrellas-