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Si a sabiendas de que era hijo único
me has hecho sentir con creces,
el más feo de todos mis hermanos,
comprende que sienta con tinta
y aporree en un oxidado teclado
para matar al último romántico
que cree que de un libro no pasamos.

Si para papel blanco tenía tu espalda
perdona que no imprima lo que escribo
pues un punto mal puesto en el recibo
me recordaría a los lunares de tus nalgas.

Si me has hecho creer un héroe
y ahora me asomo a aletear a las ventanas
y veo en el horizonte un tablón de vuelos
donde anuncias delayed y te escapas...

Si he dormido en las comisarías
porque me sonaban a comisura
de tus risas bien calculadas
no pienses que esto es … delirio.

Piensa en el que escribía con pluma,
en el que tuvo miedo a ser uno más
y en aquel que cuando dormía no soñaba.

Porque yo soy lo que has dejado
la colilla mugrienta y bien pisada
que una vez tuvo carmín rojo
y hoy de rojo, ya no tiene nada.

Y si a nadie le puedo confesar todo,
entiende que no hay nadie que merezca,
o al menos, no de este modo,
que esta víctima le confiese nada.

El viento eres tú - Silvio Rodríguez

A veces entra en el bosque un silbido veloz
que recorre fugaz la penumbra y la luz,
y los árboles fríos del bosque: soy yo.

Todas las copas se postran a fin de existir;
de no hacerlo, deshechas habrían de morir,
y ese viento que trae la muerte eres tú.

Eres la llama que abraza la flor
y la violencia del fiero huracán,
la sombra oscura que sigue mi amor.
Por qué, por qué tú sigues, di,
matando este amor que dejas.

Te vendo un CD

Ayer soñé que me llamaba Andrés. Mis neuronas se debatían por organizar mi nueva vida con este nuevo nombre. Andrés no era un nombre de perro callejero ni de gran emprendedor. Andrés era el nombre de un joven viejo o de un hombre joven. Estaba en ese punto en el que no sé si soy yo o quien seré mañana. En ese punto en el que se pasa lista a cada una de nuestras ambiciones de adolescente y te das cuenta de que las has estirado demasiado en el tiempo antes de realizarlas. Tanto, que como una mala goma, se ha roto y te ha dado en las narices.

Pero mi nuevo nombre lo cambiaba todo. Andrés... Como Andrés, caminaba lentamente por la calle fijándome en cada rincón de cada adoquín. Estiraba ligeramente la comisura de mis labios mostrando una tímida y cómplice sonrisa a cuantos me cruzaba en la calle. Ellos, no podían por menos que empezar a sonreír al pasar a mi lado.

Entré en la calle Granada y allí estaba. Detrás de él se oían las máquinas demoliendo el antiguo cine Albéniz. Era idéntico a mí salvo por algunos detalles. Estaba sentado en el suelo, con una pierna mellada por una diabetes no tratada y algún diente que otro faltando. Me acerqué y sonreí. Mi incliné ligeramente en una reverencia y, volví a sonreír. No reaccionó. ¡Buenas noches! - le dije. Me miró extrañado y contestó:
- Te vendo un CD.
- ¿Qué CD? - contesté yo.
- Eliye - Dijo con un acento de un francés macarrónico mientras señalaba un plástico negro con cuerdas atadas a los extremos lleno de carátulas mal fotocopiadas en color.
- La verdad es que me llamo Andrés y sé poco de música. Pero soy muy observador. Mientras me agachaba para saludarte me he dado cuenta de que esa pierna debe doler. Tu ropa está un poco rota y ... creo que te hace falta una ducha. ¿Te apetece desayunar conmigo?
- ¿Desayunar? Mesié, es de noche. Además, no es música. Son películas.
- No, es de día. Acabo de despertar. Es mi sueño, puedo cambiarlo. ¿Ves? Ahora justo está saliendo el sol. Y mira, es música...
Se sorprendió un poco. Estaba en el medio de la calle. Las máquinas de limpieza estaban dejando todo apunto. En un instante imperceptible de tiempo, recogió sus CDs antes de que una máquina se los mojara. Las primeras sombras alargadas del día se estiraban tiñendo de gris los escondidos colores de las baldosas del suelo. Estaba amaneciendo...
- Entonces ¿desayunamos?
Se levantó un poco cansado y con bastante dificultad.
- Perdone mi español, señor - me dijo.
- No, tranquilo, si lo hablas perfectamente.
Sonreí y en este momento sonrió. Creo que no tenía mucho que hacer y posiblemente nada que perder. Empezamos a caminar hacia mi casa y noté que le costaba seguirme. Aceleré mi sueño para evitar que tuviera que andar hasta mi calle, que estaba aún a unos 20 minutos.
- Señor, con usted el tiempo pasa muy deprisa... Emmm ¿Usted siempre invita a desayunar a desconocidos?
- Verás - le dije -. Hasta ayer no. Ayer tenía otro nombre, era otra persona. Estaba bastante asustado de todo y de todos. Hoy, tengo otra oportunidad. Hoy creo que nadie debería salir con miedo a la calle.
- Miedo no sé, pero ... ¿prudencia?
- ¿Eres malo o me vas a robar cuando lleguemos a mi casa?
- Entienda que pregunte. La gente no es así. Se suele cambiar de acera.
- Normal, si a todos los tratas de "usted", como tú a mí.
- Disculpe... digo disculpa - contestó. Intuyo que en ese momento se empezó a sentir en una especie de juego divertido. - Creo que es más bien porque soy negro. Los negros damos miedo.
- Ah, vaya... Yo pensé que eras muy parecido a mí.
Me miré en el espejo del escaparate de la mercería. El espejo estilizaba mucho. Me di cuenta de que mi piel era casi lechosa al lado de la suya. Aún así, creo que nos parecíamos bastante.
- Hombre, dicen por ahí que todos los hombres somos iguales, ¿no?.
- Eso sería muy aburrido.
- Ya, pero se refieren a los derechos y esas cosas.
- Creo que eso es muy ideal. No podría cambiarlo ni en mi sueño. Es triste...
- No, no es triste. Es bonito que existan ideales y sueños
Por primera vez la primera sonrisa salió de él.
- ¿Cuáles son los tuyos? - le pregunté.
Me miró sorprendido:
- Eres un tipo bastante raro.
- Bueno, aún no me ha dado tiempo a analizarme. Estoy en un sueño nuevo ¿sabes? . ¿Café?
De repente estábamos sentados en mi mesa con olor de café recién hecho alrededor.
- Sí que pasa deprisa el tiempo contigo.
- Será la buena compañía. - Le dije guiñando un ojo.- La pierna ¿te duele?
- Hay gente que cree que me la he dejado así para dar pena y vender más...
- ¿Y es verdad?
- ¿Tú que piensas?
- Pienso que no.
- Pues eso es lo que cuenta. Es tu sueño.
- Ah, sí, lo olvidaba. Salvo por estos saltos en el tiempo, todo parece bastante real.
- Creo que el momento sólo avanza en tus sueños cuando las cosas te molestan. Un poquito de dificultad tampoco vendría mal. De hecho, mira, tengo un castellano perfecto.
- Sí, es curioso. Caprichosos los sueños. Pero para eso están, ¿no? ¿Sabes lo que hago cuando estoy despierto y voy caminando por la calle?
- ¿Qué haces? - me preguntó. Intuía, sin embargo, que sabía la respuesta.
- Me invento la vida de la gente con la que me cruzo por la calle.
- ¿Y en qué te basas? ¿En las apariencias? Eso sería bastante prejuicioso.
- No, no. No trato de inventar lo que son, sino lo que han sido y porqué ahora son como son. Como sienten y por qué hoy han decidido llevar unos zapatos marrones en vez de negros. O por qué ese color de pelo llamativo. O por qué la corbata apretadísima contra la nuez...
- Entiendo... Más o menos lo que estás haciendo conmigo ¿no?. Al fin y al cabo soy un producto de tu sueño.
- Bueno, los sueños tienen que estar necesariamente construidos con pedazos de las experiencias vividas, así que en cierto modo, real eres. ¿Por qué te habré invitado a desayunar?
- Quizá te di pena. A lo mejor pensaste que merecía otra oportunidad, vestir bien y tener una pierna y una dentadura sana. Demostrar al mundo que algún día fui bueno y que probablemente aún lo sea. Demostrar quizá que soy tan digno como cualquier otro de empezar una nueva vida.
- Quizá...
- Pero darme una nueva vida en tu sueño, sería fácil. Ya he aprendido castellano, disfrutado de un café estupendo y ¿sabes? la pierna apenas me duele. A este ritmo quizá en 10 minutos sea un ejecutivo negro y ejemplar para toda mi comunidad.
- ¿Tú crees?
- No. Pero porque no es lo que tienes preparado para mí.
- Vaya, pareces conocerme mucho. Y eso, que ahora, me llamo Andrés.
- Al fin y al cabo soy parte de ti, de tu imaginación. Volvamos a lo de antes. De verdad que en sueños es fácil convertirme en lo que te gustaría que fuera. ¿Pero por qué? Te incomoda que sea pobre y esté enfermo. ¿Te sentirías mejor si no lo fuera? ¿Te sentirías mejor sin nadie lo fuera?
- Hombre, yo creo que eso tiene fácil respuesta. Todo el mundo preferiría un mundo más justo e igualitario.
- Bueno, dicen que querer es poder. Adóptame y dame oportunidades. Donde come uno, apretando un poco, seguro que comen dos.
- ¿Adoptarte? No eres un menor...
- Bueno, sólo tengo 21 años. Me quedan muchas cosas por vivir. Quizá pueda aprender nuevas contigo. O incluso, quizá tú puedas aprender mucho de mí.
- La gente no va por ahí adoptando a otras personas.
- La gente no va por ahí invitando a desayunar en su casa a indigentes que venden CDs. ¿Qué eres, políticamente correcto? Pues vaya mierda.
- No, no quería decir eso. Es solo que suena un poco descabellado el concepto de ayudar así a la gente.
- ¿Sabes una cosa? Cada persona es un mundo y cada proceso vital de cada una de las personas, es otro mundo. Deberías saberlo, tú que vas por ahí inventando la vida de las personas. Si cada persona de este mundo se responsabilizara de una, de sólo una de las personas que tienen cerca y lo pasan mal...
- Suena muy bien, pero la gente no haría eso.
- ¿Y tú?
- No sé, me daría miedo. No es lo mismo adoptar un niño, inocente de por sí, que un adulto que te puede estar haciendo la mejor interpretación de su vida para aprovecharse de ti.
- Nadie dijo que fuera fácil.
- Ya
- Entonces ...
- Me parece correcto y adecuado. Además puede ser reconfortante.
- ¿Me adoptas?
- Mañana pasaré por la calle Granada otra vez, y si estás ahí, veremos qué podemos hacer...
- OK, te espero.
En ese momento desperté de mi sueño. El despertador aún no había sonado. Ya no me llamaba Andrés. Desayuné corriendo e hice un rodeo para pasar por la calle Granada. Y allí estaba él, de nuevo. Me miró con su pierna dolorida mientras dibujaba un abanico con su mano en el aire ofreciéndome los CDs. Me quedé mirando.
- Mesié, te vendo un CD. - Me dijo.
Miré hacia los lados. Vi a un policía acercarse por cada extremo de la calle. Una pared del Albéniz hizo temblar el suelo al caer. Cogió sus CDs tirando magistralmente del hilo que los unía y se escabulló corriendo por un callejón. Otro policía le esperaba. Oí como gritaba: -Yo no he hecho nada -. Me di la vuelta y apresuré el paso; me fui a trabajar. Lloré y me di cuenta de que, aunque me pesara, ya no me llamaba Andrés...

A Perestroika Verjoiansk

Tranquila, que yo te escucho...

- ¿Sabes? Llevas unos 15 minutos moviendo la cucharilla. Ese café, por no tener, ya no tiene ni cafeína. ¡Eo...! ¿me estás escuchando?
- Eh... sí, perdona, perdona. Estaba en otro sitio. Pero no vayas a pensar que no estaba pendiente de lo que me decías.
- ¡¿A sí...?! ¿y qué te decía?
- Me hablabas del ideal de ... de... ¿del amor?
- ¡Anda, qué...!
- ¿De política?
- ¿Por qué no dejas de inventarte cosas y me prestas un poco de atención? ¿Te aburro?
- No, no... si no es eso. Si no eres tú, soy yo. Últimamente me cuesta un poco concentrarme.
- ¿Concentrarte en qué?
- En todo, en lo que me dicen. ¿Sabes? Oigo una frase y enlazo la última frase con otra. Y esta con otra nueva y así sucesivamente y no puedo parar. Hablando de parar, ¿cuándo coños va a dejar de llover? Perdona que diga tacos, no suelo ser tan mal hablada. Para mal hablada, Laura, hablando con sus amigas. El otro día me contó que no se corta un pelo con sus compañeras y si tienen que hablar de sexo, ahí van y vomitan todos los detalles. ¡Qué poco pudor! ¿no? No sé, en mi casa nunca se hablaron estas cosas. ¡Madre mía! Me acabo de acordar que no he llamado a casa. Mi madre debe de estar de los nervios. Últimamente los tengo abandonados... A mis padres, digo. Me da mucha pena, porque ahora me empiezo a plantear que pasaría si faltasen. La vida es tan corta.... Parece que se pasa más deprisa de forma proporcional a la edad que tienes. Pero yo creo que para mí especialmente y sabes que no tengo tantos años. Me quedan muchas primaveras, lo presiento. Como dice Ismael Serrano, "para morir joven ya soy viejo", pero yo creo tengo fe en que me quedan muchas, muchas primaveras... Hablando de primaveras y música, Regina me dijo que escuchó el disco de Martirio que le pasaste. El de "Primavera en Nueva York". ¡Qué vaya, empieza hablando de amor! ¡¿Cómo no?! ¿Es de lo que me estabas hablando, no?
[···]

Amnistía Internacional

"Siempre habrá asesinatos. Siempre habrá violaciones. Siempre habrá gente que sufra, que esté en la cárcel por lo que piensa. Siempre existirá gente oprimida en alguna parte. Forma parte de la naturaleza humana, no podemos cambiarlo".

Por cada persona que se resigna, el mundo necesita otra que no lo haga.

A.I.

Llegaremos a tiempo - Rosana

Lógica circular

Los días que llovía

Los días que llovía, Lukas solía coger el autobús. Le habían dicho que en Málaga no llovía casi nunca y que había trescientos días de sol al año. Este invierno, sin duda, concentraba los sesenta y cinco días restantes de lluvia. Ya había perdido la cuenta de la cantidad de veces que había dejado aparcada su moto por culpa del tiempo. Tampoco le importaba mucho. Al fin y al cabo cuando dejó Hungría también huía, entre otras cosas, de mal tiempo, pero con los estupendos días de sol en verano, pensó que el precio de dos meses de lluvia era más que justo. En Gyula, su pueblo, dejó a su familia y algún que otro amigo, aunque excepto por sus padres y su hermana, nunca sintió una gran afectividad por esa pequeña villa en la frontera con Rumania.

Todos los días, incluso los días que llovía, Lukas se solía levantar un rato antes para ver las noticias. Le gustaba la dicción casi perfecta de la presentadora y le venía muy bien para oír un acento menos adornado que el malagueño. La peripecia de eses y zetas de esta región sureña, cuando llegó hacía ya seis años, le pareció algo indescifrable. Incluso pensaba que la gente hablaba de forma diferente de un barrio a otro de la ciudad. Acentos aparte, esa mañana se había levantado inquieto. Un presentimiento le asaltaba. En la sección de "otras noticias" de CNN+ escuchó, mientras se llevaba un croissant a la boca, el nombre de su pueblo. Gyula no era una villa especialmente conocida y, mucho menos, en España. La noticia hablaba de veinte ciudadanos turcos que se habían encerrado en un camión frigorífico para cruzar Rumania y entrar así, ilegalmente, en Hungría, a través del paso con Gyula, donde fueron interceptados por la policía Rumana y Húngara. No le sorprendió en absoluto. La mayor parte de la población de Gyula eran rumanos más o menos acomodados que se habían movido a Hungría en busca de aquello que todos llamaban "algo mejor" y así, no dejar muy lejos la patria querida. De hecho, la propia familia de Lukas era, hacía ya tres o cuatro generaciones, de origen rumano. La noticia no ayudó para nada a la inquietud con que se levantó. Por eso y por la proximidad con la frontera, estaba acostumbrado a este tipo de noticias. Poco después, en Motril, había desembarcado una patera con veinticinco magrebíes a bordo. Y al final, todos los problemas parecían ser el mismo repetido, incluso, lo días que llovía.

El autobús veinticinco. El autobús veinticinco no era tan incómodo, sin duda, como un camión frigorífico o una patera, aunque sí que estaba muy frecuentado. Hacía la ruta desde el centro de Málaga hasta el Parque Tecnológico, donde trabajaba en sus prácticas Lukas. Por el camino atravesaba parte del centro de Málaga, la Universidad, un polígono industrial, el cementerio municipal, un poblado gitano llamado Los Asperones II, el barrio de Campanillas y, finalmente, llegaba al Parque. El popurrí de gente que usaba el autobús era tan variado como sus destinos. Con fin de ruta en el polígono industrial, unos chicos de Mali de dientes perfectos y sonrisa luminosa bromeaban en algún dialecto sahariano. En el cementerio, viudas de negro infinito subían gimoteando al autobús. Un poco más adelante, gitanas de negro impuesto lo cogían para acercarse al centro médico de Campanillas y, desde el centro, varios ingenieros mileuristas se enfundaban en su traje negro para ir a trabajar a diario. Lukas pensó, que este, sin lugar a dudas, era un día negro. Y, además, llovía...

Y allí estaba él, a tres mil kilómetros de su pasado, montado en un autobús para hacer unas prácticas en una empresa que ni le gustaba ni le disgustaba. Podía considerarse afortunado, pues, al fin y al cabo, estaba en un país que protegía a todos por igual. Pensando esto, Lukas dudó de si se llamaba Lukas, dudó que alguna vez hubiera salido de Gyula y llegó a dudar de si era verdad que aquellos días... llovía...