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El hombre que no podía comer tiramisú y los ladrones

Las nubes que robaban colores (suena, cursi, ¿eh?): En La Gomera, desde el mirador de los roques, una nube me envolvía en diminutas gotas de agua haciéndome por un momento perder consciencia de mi propia situación. Sabía que a un paso, por delante de mí, había un abismo de valles oscuros tal cual Parque Jurásico. La nube caminaba a sus anchas, robando los colores verdes de una vegetación descarada y volviéndolo todo difuso. Con este mal de cataratas en mis ojos no podía andar ni adelante ni hacia atrás. Tenía la sensación terrible de haber perdido el norte y el equilibrio. Un paso en falso terminaría con todo. Finalmente me atreví a dar un paso, atrás, hacia donde intuía que había dejado el coche. Con una asombrosa coordinación el viento arrastró a la nube con mi paso y le arrebató los colores que había robado a mi visión y al paisaje. Y pude ver lo increíble que es una montaña y lo pequeño que es un hombre, al que un simple tiramisú, podía deprimir o hacer feliz... ¿Puede un postre de múltiples capas cambiar el destino de un hombre? ¿El queso mascarpone es fundamental en la existencia misma?... Eso, nunca lo sabremos... pero en mi caso, la alquimia había constituido esa masa pastelera para recordarme que el poso de lo que nos ha dolido sigue ahí y se transforma en rencor, en odio, en cariño, ... en todo menos en lo que realmente fue con tal de no dejar que lo olvidemos.

Los ladrones del Metro de Madrid: Erase una vez una serie de trabajadores ecuatorianos que no llegaban a fin de mes. Vivían todos juntos en un piso de cuatro habitaciones. ¡Pero no! No eran cuatro. Eran dieciséis. Dieciséis ecuatorianos habían creado una estructura de microeconomía sumergida para sobrevivir entre paga y paga. En este mundo de dimensiones reducidas donde el concepto de intimidad solo existía entre los dioses y los hombres, pero no entre los hombres mismos, éstos dotaban de sentido el caos aparente de una vivienda insostenible. Este pequeño universo extendía su sombra hasta los dominios del trabajo en las obras del polígono industrial al lado de Virgen del Cortijo. En su mundo de particulares reglas, los billetes de Metro costaban solo un cuarto de lo que a cualquier ciudadano. Porque ellos, dotados de la inteligencia sobrehumana que da la necesidad continua de sobrevivir en un entorno hostil habían observado que el tiempo máximo entre el cierre de puerta y puerta del torno del metro no es proporcional al número de personas que pasan, sino que se vuelve infinito siempre que no se interrumpa el sensor que controla cuando una persona ha terminado de pasar. Así, cogidos de la mano y ligeramente pegados para disimular, con un solo bonometro por cada una de las habitaciones, conseguían pasar, de cuatro en cuatro, los dieciséis. Y buenos gestores de su economía, posiblemente, los veinticuatro viajes diarios que se ahorraban (ida y vuelta) constituyeron un regalo de Navidad para enviar a sus familias en Ecuador, gastos de envío no incluidos.

Robando autoridad a lo divino: Al lado, un seminarista joven de coloretes perversos, caminaba con alzacuellos observando la escena. Son pocos los ministros de Dios que visten con el uniforme divino en estos tiempos. Sin embargo a este niñato enclenque de nariz aguileña los diablos le ofuscaban la calidad de perdonar por no saber relativizar las cosas. Pobres sí, pero honrados, ¡tienen que ser honrados!- pensaba. Pero este pequeño perdonador de almas del ocaso no veía más allá. Esto es intolerante - se revolvía. Mas este simpático cuervo negro jamás se atrevió a pensar que el transporte público solo es "barato" para los viejecitos y los jóvenes, pero no para mucha otra gente que lo necesita. Así que cogió su abono mensual, lo pasó por el lector y un pitido similar al que se oye en los programas concurso al contestar la respuesta incorrecta, le avisó de que era uno de diciembre y que no había renovado su billete mensual. Sin tarjeta de crédito ni dinero suficiente, se acercó a una señora gorda y horonda que pasaba y extendió su dedo para tocar el sensor antes de que cerrase la puerta. Desde ese día fue un poco más humano, pero nunca dejó de ser divino.

No sin mascarpone: En el único lugar de Salamanca en el que sabía que encontraría el insulso queso mascarpone era en Carrefour. Faltaban apenas veinte minutos para que cerrara sus puertas y necesitaba al menos diez para llegar hasta el centro comercial. Después de la terrible bronca que tuvo con su novio, aquel tiramisú que pasaría parte de la mañana haciendo ya no sabría dulce, sino más bien a vinagre molido con granos de café. Todo por un abrazo exigido a destiempo y por una inapropiada percepción de los mimos y una mala gestión de la inteligencia emocional. Pero había llegado el momento de pasar página, o al menos esta página. Unos años después, en la cena de nochebuena, le diagnosticaron intolerancia al tiramisú. Este hito médico sin igual de que una persona fuera alérgica a un postre sin serlo a ninguno de sus componentes, revolucionó los cimientos educativos y profesionales de médicos y amantes. Así, colocando en una probeta cada uno de los eventos vividos descubrió que en rosa se coloreaban los buenos y en azul los malos. Y había más ensaladas con piña, palitos de cangrejo, nueces y mahonesa que tiramisúes agrios. Y pasó página aprendiendo de lo bueno y, dejando reposar, en el fondo, el posillo de lo malo... Y así, la supremacía del rosa sobre al azul permitió escribir la conocida teoría del tiramisú:

Teoría del tiramisú: Todos somos capaces de saber que una sola acción echa con buena intención genera un vínculo indisoluble entre el emisor de la misma y el receptor. En el momento que podemos percibir estos vínculos inculcamos sentido a las relaciones y, nuestra valoración del vínculo, en la escala relativa de cada uno, nos lleva a determinar si el emisor es un anónimo, un conocido, un amigo o un amante. Calculando la pendiente de la recta tangente a la representación gráfica de estos vínculos, obtenemos una flecha que señala un proyecto común creciente o que se mantiene paralela al eje de abscisas. Si la bisectriz del ángulo formado por las tangentes a los vínculos entre el emisor y el receptor y a los vínculos entre el receptor y el emisor es ascendente, entonces es que esas dos personas tienen un proyecto común. Por contraposición, todo lo anterior puede ser falso. Entonces, nunca sabrás si te siguen queriendo cuando piensas que te quieren y nunca sabrás si te han olvidado cuando piensas que lo han hecho. Este estado de incertidumbre genera un cúmulo de información excesivo que genera bloqueo y que no permite superar los duelos por la pérdida de un ser querido. Bueno, sí que lo permite: cubriendo ese exceso de información con queso mascarpone...

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