Don Elocuente y Don Silencio
Don Elocuente y Don Silencio tenían una nobilísima relación.
Don Silencio, tan comedido, tan reflexivo, tan silencioso y tan espiritual era el perfecto sumidero del torbellino de curiosidades desbordantes de las que Don Elocuente podía hablar.
Don Elocuente, tan curioso, tan parcial, tan observador y tan amigo de cada pequeño detalle del más mínimo paseo, comentaba entusiasmado cada descubrimiento, cada opinión o cada idea que se le ocurría.
Don Silencio, tan cerca de lo espiritual que ya no parecía humano, era el amigo por excelencia de una persona fuente de inquietudes, como era Don Elocuente.
Don Elocuente, tan charlatán en definitiva, era una gran fuente de conocimiento para Don Silencio, que observaba y absorbía y jamás se pronunciaba.
Vivían juntos cerca del cielo, quizá porque allí es donde se produce la fusión de las almas complementarias. Y despertaban por las mañanas, como hace todo el mundo, con los primeros rayos con la forma de la rendija de la persiana. Y soñaban, como todo el mundo también, con aquella idealidad a las que unos llamaban amor, otros llamaban Dios y, los más sabios, nunca se atrevieron a nombrar.
Y ante esta perfección extrema de comunión carnal y espiritual eran pocos los que se atrevían a juzgar o intentar dañar aquel equilibrio.
Así que el final llegó desde dentro. No era un día lluvioso ni hacía frío. No había humedad ni pájaros de mal agüero. No había gatos negros ni gitanas aireando males de ojo. Era, simplemente, un día.
Don Silencio le habló. Le habló por primera vez y le dijo:
- Don Elocuente, se acabó.
Mario frente al Mar
Jodido y malako inerte
La música cruje y los cantautores que se odian
ya no saben con qué rosas llenar los jarrones.
Vuelve, vuelve, vuelve...
Que no quiero terminar
sin siquiera haber sabido empezar.
Siente, siente, siente...
Tu piel se enrojece al frotarse con mi barba,
pero la calmaré a besos.
Vive, vive, vive...
Que tienes aún una misión,
que aún... no has acabado conmigo.
Extracto de Piedras - Ramón Salazar
“Enhorabuena por ese novio médico estupendo que te has echado. No muy guapo, pero con una interesante nariz grande, aficionado a Mafalda como tú y melómano. Pues a ver cuando me hacéis una visita, tú y tu novio. Para que os dé el visto bueno.
Lisboa es rara, Javier. Es una ciudad de la que tengo recuerdos de cosas que no he vivido. Pero eso me hace ir despacito. Más tranquila. Con dos dedos. Torpe, pero acertando las letras que quiero dar.
Estoy tranquila, por fin. Al menos ya no siento que me muero por dentro. Eso es bueno, ¿no? Y tengo ganas, pequeñas, pero ganas de empezar otra vez. Y olvidarme de que esta y cualquier ciudad a veces está tan triste como yo. Y notar que estoy cambiando, aunque sólo sea un poco. Bueno, si es mucho, mejor. ¿Has visto que egoístas nos volvemos cuando estamos solos? Espero que tu novio el médico tenga cura para el egoísmo. ¿Tú crees que nos enamoramos sólo para no estar solos? Yo creo que me he enamorado de un chico. Bueno, de su cogote. Me encanta el cogote de un conductor de tranvía que no conozco.
Espero que lo que tienes ahora sea lo que siempre soñaste tener. ¿Dónde irán los sueños cuando no los conseguimos? Porque a algún sitio tienen que ir. Aunque creo que al final, los sueños no son más que una excusa. Pero una excusa muy gorda. Son la excusa para vivir. Por eso a veces también se convierten en la mirada nostálgica de lo que nunca fuimos. ¡Qué putada, Javier! Asumir que nunca serás lo que siempre deseaste. Ni esperarlo siquiera, ¡joder!
Deseo, deseo, deseo, deseo…
Quiero con todas mis fuerzas ser feliz. Y con eso hacer un poquito felices también a los que me rodean. Eso es lo que siempre quise.
¡Ay! ¡Que bien! ¡Que bien Lisboa, Javier! Beso.”
(Extracto de “Piedras” de Ramón Salazar, carta de Leire –Najwa Nimri- a Javier–Andrés Gertrudix-.)