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Mario frente al Mar

Se bajó de aquel coche y lo miró otra vez. Era una coraza. De nuevo, pertenecía a su imagen, como todo lo que venía repasando.
"Decía mi marido que el taxi era como una prolongación de su polla", recordó el diálogo de una película. ¿Sería acaso también aquel cochazo un intento de potenciar su virilidad? Y en el caso de potenciarla, ¿potenciarla ante qué o quién?...

Sin nombre. A Mario le gustaba que le llamasen Mar desde que tenía 18 años. Mar era un alejamiento de todo aquello que había detectado de frágil en Mario. Sonaba a nombre de chica, con lo cual podía despacharse con un interesante "es una larga historia" cuando los demás preguntaban. Su voz varonil acababa con todo resquicio de duda. Mar era un hombre. Un hombre... de verdad. Cambiarse de nombre, por muy cutre-snob que sonara éste, le permitía empezar a construir la maraña de personalidades que ocultaban quien realmente era. Ante todo, su imagen era la de un tío interesante.

Sin afecto. Ser el más guapo durante su infancia, su sonrisa perfecta durante su adolescencia y un poco más le abrían las puertas de, al menos, esperar que la gente se parara a hablar con él. Inquisitivamente la introducía como arma para el desarme en cualquier conversación. Sus diálogos pomposos y llenos de adverbios aquí y allá colocados y una seguridad pasmosa en un discurso vacío le valían el ser escuchado. Todo funcionaría mientras nadie supiera quién era realmente.

Sin seguridad. Pero el mejor cartón piedra se agrieta con la lluvia y, aquella fastuosidad rimbombante de favorecida genética empezaba a desquebrajarse. Y los ojos y la sonrisa quedaban, pero las pequeñas arrugas comenzaban a fragmentar tan bella vidriera. ¡Qué sería de él sin su imagen! Los 33 eran ya el momento de empezar a plantearse que aquellas derroteras sólo podían llevar a la construcción de un nuevo Él. Tendría que ser un madurito interesante que se cuida, al menos. El coche aún le servía. El discurso adverbial era aún pronunciable, quizá adornándolo con alguna noticia cazada al vuelo del informativo matinal...

Sin experiencia. Y con 33 años seguía estudiando y trabajando para aquel periodicucho de tres al cuarto. Cuando los demás le preguntaban que porque no había acabado la carrera, eludía el tema, cuando podía, o se llenaba la boca sobre las cosas interesantes que fingía hacer para construirse un brillante futuro. Solía decir que algún día él daría la campanada.

Sin verdades. Pero la gente le iba conociendo poco a poco. Mar les empezaba a sonar a nombre ridículo y las personalidades iban cayendo como fichas de dominó. Cuando la empatía de alguno de sus amigos o conocidos escarbaba un poco más allá de aquella enredadera de falacias se iba descubriendo a Mario. Un Mario sólo, asustado, inexperto e inseguro.

Sin contención. Y aquel amago de investigación sin maldad alguna de sus amigos le hacía rebotar contra ellos y apartarlos. O llamar estruendosamente la atención vociferando, acelerando su coche, demostrando qué él era un gran hombre que había que tener en cuenta.

Sin solución. Y concentrado en su próxima imagen, en el que sería a partir de ahora, volvió a verse en el espejo y sintió asco de aquel hombrecillo escondido y al que nunca había dejado brotar. Sintió asco de lo que era en realidad y pensó que era el momento de matar para siempre a Mario.

Y fue una pena, pues en un universo paralelo, hay una persona sincera, divertida, despreocupada y amigo de sus amigos, que se hace llamar Mario y que nunca se preocupó por ahogarse en un Mar de apariencias.