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Parque Nacional de Garajonay, La Gomera

La casualidad de la causa y efecto (primera parte)

David me ha preguntado alguna vez que de dónde salen las cosas que escribo e Inma dice que abrí una verja que le revuelve el epicentro de sus ideas. El secreto -que no es tal secreto- de todo está en pensar que la cosa más absurda que se te pasa por la cabeza no es absurda y dedicarle un minuto de atención a todos los detalles que la rodean... De un absurdo (o no) surgieron las dos siguientes historias que comienzan, precisamente, por ese absurdo.

"Si dejo elegir a mis pies, me llevan camino del mar..." (Jorge Drexler)

Absurdo, quizá, por intentar ver unas gotas del mar que le trajo hasta España en el brillo de sus pequeños ojos, decidí quedar con Guillermo para apurar una apresurada cena en un VIPS. Por un momento y mientras espero en la Glorieta de Quevedo mi mente se pierde en mi Montevideo imaginario. Son las once y cuarto de la noche y un potente foco centellea sobre la estatua del retratado por Góngora. Como chico de ciencias (me da miedo decir hombre) que soy, la óptica tiene uno de sus caprichos y el foco se refleja sobre el agua de la fuente. Los rayos van a parar a la azotea de un edificio justo enfrente de mi y se cuelan dibujando ondas en el techo de una habitación...

Me imagino tumbado en la cama, boca arriba, con Guillermo en esa habitación que ahora se me antoja suya. Hablamos de cosas sin importancia para escapar del estrés tan solo mirando los reflejos de la fuente sobre el techo de la habitación blanca.

De repente una ambulancia interrumpe mi mirada absorta y mi imaginación y, me hace mirar violentamente hacia atrás. En la esquina con Fuencarral veo unos pantalones que apenas llegan a cubrir las piernas heladas de un habitante de Madrid que duerme en la acera probablemente soñando que sueña mundos mejores. Una idea terrible me asalta. Se me pasa por la cabeza que quizá el cuerpo detrás de esa ropa y la cabeza detrás de esas barbas plateadas estén muertos ya hace mucho tiempo y que posiblemente nadie se haya dado cuenta aún.

De mi sueño de una habitación cubierta de reflejos de un manantial artificial al sueño de un transeunte cubierto con nada. Es tan injusto -¡qué fácil es decir lo que es injusto!- que se para el tiempo para que me sienta culpable.

Guillermo aparece puntual a nuestra cita con una sonrisa cómplice pero tímida, tal cual ángel para un momento. Otro habitante de esta ciudad en la que hay más gusanos que manzana, estaba contemplando mi contemplación. Alentado, quizá, por un ángel del Uruguay que camina entre las sombras de almas que se imprimieron durante la tarde en las aceras, coloca un manta sobre los sueños posibles de un transeunte. Antojadizo como soy, ese hombre deja de soñar con sueños y sueña con el calor de una vida mejor bajo una manta en una esquina de Madrid...

La legitimidad de este ristre de palabras corresponde a la causa y efecto. El destino no existe aunque pensar que sí es lo que le dota de una enigmática belleza.

A Guillermo para ver si consigo que pierda, aunque sea por un minuto, su estrés.